En el 49 a. C. Julio César cruza el río Rubicón, marcando el inicio de la segunda guerra civil de la República romana.
Esta pintura, del célebre artista francés Adolphe Yvon, muestra a Cayo Julio César retornando ilegalmente a Italia desde la Galia, lo que es considerado como el detonante o casus belli de la Segunda Guerra Civil, que a su vez termino por socavar los cimientos ya endebles de la República, dando paso más adelante al surgimiento del Imperio de manos de su hijo adoptivo Octavio.
Sabiendo eso, la pintura tiene muchos detalles interesantes. César es representado por el artista con el mundo en su mano y coronado con los laureles de la victoria. No demasiado sutil. Con él vienen la miseria y la muerte, las cuales acompañaron casi siempre a su ejército, como durante la brutal campaña gala (que, según el mismo César, acabó con la vida de más de un millón de personas). Algunos dirán que César llevó a cabo una guerra de exterminio, pero es necesario recordar que eran otros tiempos, cuando el valor de la vida humana no era medido como ahora y cuando la aniquilación de una nación podía ser considerada una consecuencia común de las guerras.
Debajo de César estén sus rivales romanos (o galos). El romano avanza impávido sobre ellos, al parecer sin importarle nada. Detrás de él y amarrados por el cuello a la cola de su caballo, va un grupo lastimero de prisioneros. Esto podría ser resaltado adrede por el artista, francés; de hecho, durante sus guerras, César perdonó regularmente a sus enemigos romanos, aunque sus razones pueden haber sido más publicitarias que virtuosas. A César le gustaba presentarse a sí mismo como justo. Sin embargo, con los galos no mostró habitualmente la misma clemencia. Por citar dos ejemplos, él mismo afirmó que, luego de derrotar a los usipetes y tencteri, atacó su campamento indefenso y masacro a todos los hombres, mujeres y niños, en un número de 430.000 (una cifra más que exagerada). Y, tras capturar Uxeloduno, ordenó cortarles las manos a todos los defensores sobrevivientes como ejemplo.
En el horizonte, se retrata la travesía de César como apocalíptica; la destrucción, el fuego y el humo acompañan a una alegoría de la muerte mientras le señala el rumbo a César con dirección a su patria. A primera vista, esta pintura podría retratar a César como una figura divina. Sin embargo, cuanto más se observa, más siniestra parece. No debería sorprender que el autor sea francés, por lo que es evidente que se trate de una condena a las guerras galas.
César describió su campaña como una acción preventiva y defensiva, pero los historiadores coinciden en que inicio estás guerras principalmente para impulsar su carrera política y pagar sus deudas.
Desde que asumió el gobierno de las provincias de la Galia Cisalpina y Transalpina apuntó intencionalmente a intervenir en los asuntos de las diferentes tribus galas con el propósito de apoderarse de todo el país. En búsqueda de alcanzar ese objetivo no dudo en destruir aldeas y ciudades y esclavizó a cientos de miles. Él y su ejército fueron absolutamente brutales con los galos que se le oponían y es seguro que, a pesar de otorgarles más adelante la ciudadanía romana e incluso de llevar a algunos nobles galos al Senado, el resentimiento de la población fuese profundo, pero el miedo lo era más aún.
Durante diez años, arrasó el territorio galo, ahora francés. Pero vale señalar que la conquista de la Galia, además de evitar en ese momento el avance de las más temibles aún tribus germanas, aseguró la pervivencia de Roma durante los siguientes cinco siglos y le permitió además difundir su cultura a casi todos los rincones de Europa occidental, una cultura de la cual también somos herederos.